12 de diciembre de 2011

La pequeña gran pregunta

Despacio y apagada fue subiendo por las retorcidas escaleras. Al llegar al pequeño pasillo, alzó la mirada hacia donde se encontraba la habitación. Un frió intenso pudo sentir en su temblorosa mano al acariciar aquel picaporte de la puerta de la soledad. Cerró, echo el pestillo y después de encender unas velas, cayó e la cama.

Ahora estaba sola, realmente sola. Sin nada, sin nadie, sin todo. Entonces las preguntas comenzaron a torturarla en su interior.
¿Por qué no está? ¿Por qué no puede estar?
¿Por qué no podemos estar?
Una y otra vez se repetían. Y ninguna respuesta valida pasaba por su mente. Nada calmaba su nerviosismo, su tristeza, su no compartida agonía. Abrazaba fuertemente la almohada, y cubriéndose el rostro, echó a llorar. No pudo contener aquella situación. Derramó muchísimas lágrimas, al ver esas preguntas aflorar en su mente y golpear su corazón.
Además, no podía contar su problema a nadie. Pues... ¿A quién?
El no debía enterarse, le haría daño y siendo posible evitarlo, no lo sabría.
Sus amigas son muy distantes para estas situaciones, ni siquiera su prima podía ser medianamente comprensiva.
Y todos los demás quedaban descartados.
A si que, volvemos a lo mismo; sigo aquí, y estoy sola.
¿Cómo puedo solucionar mi problema para que el este aquí?
Somos muy jóvenes, no tenemos dinero par alquilar una pequeña habitación.
¡ Lo que daría por estar con él acurrucados en una cama!
Así, mis noches no serían como esta, amarga. Sino felices, las más felices, las mejores de mi vida.
 Dormiríamos abrazados, juntos, compartiendo todo. El sentiría todo mi calor, amor, y el latir de mi corazón intensamente por estar cerca del suyo. Le daría todo.
 Bueno, se lo doy a cambio de su amor. Aunque él me lo regale sin saber por qué.
 No sé si le demuestro mi amor. Creo que sí, un poquito, sí.
 Entonces nadie ni nada nos separará. Nuestros cuerpos se enredaran juntos, siendo un mismo alma que vivirá para siempre en el unísono.
 Pero ahora no hay nada de esto, no voy a alcanzar mis deseos, el no está, y yo no voy a hallar una solución que cree mi milagro. Tan solo me queda llorar. Llorar para revelarme y romperla la rabia por este pensamiento estúpido.
¿Por qué siempre tengo este pensamiento todas las noches?

Entre sollozos  y pequeños gemidos, boca abajo se quedó dormida.
Las velas entregaron su fin, y la noche entro en la habitación, para tranquilizarla.

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