10 de enero de 2013

Tras un minuto


Tras un minuto

Me quedo observando por la ventana los arboles. Sus ramas zarandeándose de arriba abajo. El caer de las hojas. El contraste de las múltiples tonalidades de amarillos, verdes y marrones; sus formas sus colores…

Siento calidez, siento que es mi estación.  El otoño entra a mis pupilas, y con ello recuerdo las tuyas de color miel. Enteras, compactas, sin ninguna fisura que connote flaqueza de enfermedad. Cálidas y dulces como nunca he visto. Seguras de lo que quieren y tienen. Clavadas en mi como si fuera lo único que existiera en el mundo.

Entonces siento el impulso de rozar con mis dedos tu cabello, de sentirte, de transmitirte, de aprender a amarte. Suavemente, como si hubiera ganado por muy poco y tímidamente al miedo de mi interior. Dejando que cada poro me describa el sentimiento de felicidad que se puede sentir tan cerca de ti. Mí  sonrisa crece por momentos, y por contagio la tuya.

Sigo bajando mi mano por tu rostro. Tez, lisa, blanca, sedosa, con un punto de frescor. Mejillas ligeramente coloreadas y redonditas. Cuello fuerte y delgado medio en tensión. Labios finos, largos, claros para lo calientes que son. Y de nuevo…

Indago en sus pupilas para ver lo que hay tras ellas. Y me asombro al descubrir viajes, niños, metas, sueños, miedos,

Esos ojos, pero esta vez ansiosos de encontrar algo; una respuesta. Inquietos miran a los míos como si quisieran buscar el momento apropiado. Calculan, examinan, hasta que por fin logran hallar lo que quieren.

Sus manos lentamente deslizan por mi cuello para no dejarle escapatoria. Lo rodean, haciéndome entender que no va haber un lugar mejor.

 

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