Tras un minuto
Me quedo observando por la
ventana los arboles. Sus ramas zarandeándose de arriba abajo. El caer de las
hojas. El contraste de las múltiples tonalidades de amarillos, verdes y
marrones; sus formas sus colores…
Siento calidez, siento que es mi
estación. El otoño entra a mis pupilas,
y con ello recuerdo las tuyas de color miel. Enteras, compactas, sin ninguna
fisura que connote flaqueza de enfermedad. Cálidas y dulces como nunca he
visto. Seguras de lo que quieren y tienen. Clavadas en mi como si fuera lo
único que existiera en el mundo.
Entonces siento el impulso de
rozar con mis dedos tu cabello, de sentirte, de transmitirte, de aprender a
amarte. Suavemente, como si hubiera ganado por muy poco y tímidamente al miedo
de mi interior. Dejando que cada poro me describa el sentimiento de felicidad
que se puede sentir tan cerca de ti. Mí sonrisa
crece por momentos, y por contagio la tuya.
Sigo bajando mi mano por tu
rostro. Tez, lisa, blanca, sedosa, con un punto de frescor. Mejillas
ligeramente coloreadas y redonditas. Cuello fuerte y delgado medio en tensión.
Labios finos, largos, claros para lo calientes que son. Y de nuevo…
Indago en sus pupilas para ver
lo que hay tras ellas. Y me asombro al descubrir viajes, niños, metas, sueños,
miedos,
Esos ojos, pero esta vez
ansiosos de encontrar algo; una respuesta. Inquietos miran a los míos como si
quisieran buscar el momento apropiado. Calculan, examinan, hasta que por fin
logran hallar lo que quieren.
Sus manos lentamente deslizan
por mi cuello para no dejarle escapatoria. Lo rodean, haciéndome entender que
no va haber un lugar mejor.
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